martes, 19 de mayo de 2015

El vacio existencial

Es un día normal, estás haciendo tus actividades habituales, compartiendo con tus familiares y amigos, cuidando de tus hijos, y de manera repentina te haces consciente de algo “evidente”, pero inevitable: un día morirás.
 ¿Cuál es la sensación que despierta al darnos cuenta de esta realidad? ¿Miedo? ¿Frustración? ¿Tristeza? ¿Valor? ¿Confianza?

Muy seguramente, aquella sensación se ha originado de tu percepción de cómo has vivido hasta este momento. Actualmente nos encontramos en un mundo donde impera la prisa, la emoción, el ímpetu.
Nuestra vida gira en torno a lo exprés, a lo inmediato, ya no estamos acostumbrados a esperar y cuando las circunstancias nos exigen aguardar, como sucedería en una fila del supermercado o del banco, nos enojamos o buscamos estrategias para pasar rápidamente. Vivimos en una sociedad donde llegar a la meta lo más pronto posible – y si es viable, sin obstáculos – es el mayor logro del hombre. “El fin justifica los medios”.

Ante todo este panorama, no entiendo por qué nos sigue sorprendiendo encontrar personas que sienten un gran “vacío existencial”. Personas que cuentan con un trabajo estable, con una familia, sin grandes preocupaciones económicas. Personas que se quejan de no tener tiempo durante la semana, pero cuando llega el domingo, se quejan de no tener nada qué hacer, de estar aburridos. Hombres y mujeres que parece que lo tienen “todo”, pero que al parecer, por dentro, no tienen “nada”. Han cuidado de su cuerpo, se han esforzado por cultivar su intelecto, pero han pasado por alto velar por su espíritu.

Para la corriente existencialista, el ser humano está conformado por el soma (cuerpo), psique (mente) y logos (espíritu). Desde esta visión se abre todo un nuevo panorama, una visión que permite ver al hombre desde nuevos horizontes, tomando en cuenta la parte más eminentemente humana: el espíritu. Esta perspectiva cambia completamente las bases en que se fundamentan las distintas escuelas psicológicas, que en general tienen una visión psicosomática, cognitiva y social del ser humano. La ausencia de espiritualidad cercena lo más distintivo del hombre y éste queda atado a los condicionamientos, ya sean biológicos, psicológicos o socioeconómicos.

Logos, es decir, espíritu, no hace referencia a una dimensión espiritual, que si bien forma parte, no la define por completo. Logos es tomado en su acepción de “sentido”, es decir, la dimensión del ser humano que es capaz de trascender, donde radica la voluntad y la libertad. Sólo ésta es capaz de elevarse por encima de las circunstancias, decidiendo libremente sobre las muchas situaciones y eligiendo por propia voluntad, aquella que nos permite encontrarle un sentido y actuando conforme a ella de manera responsable.

En la naturaleza del hombre ha existido siempre y existirá hasta el fin de los tiempos, la necesidad de preguntarse por el sentido de su vida. El algo que llevamos de manera inherente. Y a pesar de que muchas corrientes ideológicas intentan explicarlo con la biología, la genética, la psicología, la filosofía, todos ellas caen en el error de reducir al ser humano a alguna de éstas, y se olvidan que el ser humano en su unidad es cuerpo, mente y espíritu.

Si el sentido es aquello que buscamos, el sinsentido vendría a ser un agujero, un hueco en nuestra vida que se hace presente de manera repentina. En cuanto lo sientes, surge la necesidad de salir corriendo a “llenarlo”, porque al final de cuentas, es una “necesidad”. Es por ello que intentamos llenar nuestros vacíos existenciales con “cosas”, que de manera inmediata producirán satisfacción: saturando nuestras vidas de placer, de lujos, de comodidad; comiendo más allá de nuestras necesidades; teniendo sexo promiscuo; o quizás volcándonos exclusivamente al trabajo (adicción al trabajo, o workoholic); conformándonos con los acontecimientos; o llenar nuestra vida de preocupaciones. Cualquiera que sea la forma de intentar llenar esa sensación que produce un hueco en alguna parte de nosotros, no lo logra. Por el contrario, la sensación se hace cada vez mayor, y aquello con lo cual intentamos hacerlo desaparecer no es suficiente, por lo que requieres de cada vez más y más. Y cuando parece no existir nada que pueda alejarnos de este vacío, de alejar esta sensación, la muerte empieza a ser una opción.

La búsqueda del ser humano por encontrar un sentido de vida constituye una fuerza primaria. Dicho sentido es único y específico para cada una de las personas, y corresponde a cada uno encontrarlo. Más que preguntar “qué puedo esperar de la vida”, hay que preguntarnos de manera personal: ¿qué espera la vida de mí? ¿Hay algo que puedo hacer yo y nadie más que yo? ¿Existe algún proyecto que desearía muchísimo realizar? ¿Acaso he dejado de hacer aquello que tanto me apasionaba por causa de los “deberes” del mundo? ¿Puedo ser testimonio de la libertad del ser humano al trasformar la tragedia, la enfermedad, el fracaso en un logro personal? ¿Soy capaz de amar a alguien?
“Sólo la muerte es lo que da sentido a la vida”, ya que al darnos cuenta de nuestra existencia es breve, tendemos a encontrar la manera de trascender, de dejar “huella”. Así que, a pesar de todos los problemas con los que tengamos que enfrentarnos, la vida vale la pena ser vivida, y más aún cuando el hombre pone en práctica la fuerza de oposición del espíritu frente al destino. El sentido quizás cambie, pero nunca faltará. En realidad, tan sólo existe un problema verdaderamente serio, y es juzgar si la vida vale o no la pena ser vivida. Y la vida vale la pena, porque hay razones, hay muchos motivos por los cuales vivir, y esto es lo que le da sentido a la existencia humana.